

By : Bob Moosecon: 10 /12/ 2009
En 1835 los Estados Unidos estaban próximos a cumplir sus primeros sesenta años como nación independiente cuando un francés, Alexis Clérel, conde de Tocqueville, publicó un libro que pronto tuvo una enorme resonancia en la sociedad de su tiempo, y que, con el tiempo, ha alcanzado la categoría de clásico, convirtiéndose en una fuente imprescindible para todo aquél que desee comprender qué significa Estados Unidos en la historia mundial y su importancia. Nos estamos refiriendo a De la démocratie en Amerique (La democracia en América).
Nacido en 1805, Tocqueville era hijo de aristócratas que se salvaron de la guillotina sólo gracias a la caída en desgracia de Robespierre en 1794 y que, tras un exilio en Londres, regresaron a Francia bajo Napoleón aunque no recuperaron su antigua condición nobiliaria hasta la restauración borbónica. Apasionado por la política desde su juventud, Tocqueville fue diputado y se opuso tanto a la Revolución de 1848, que acabó con la monarquía de Luis Felipe, como al golpe de estado de Luis Napoleón en 1851, que acabó con la Segunda República y dio paso al Segundo Imperio. Ministro de Asuntos Exteriores durante apenas cinco meses de 1849, Tocqueville abandonó la vida pública en 1851, muriendo en 1859 por enfermedad.
Enviado en 1831 por su gobierno junto a Gustave de Beaumont con la misión de estudiar el sistema penitenciario estadounidense para su posible aplicación en Francia, Tocqueville y su colega estuvieron nueve meses viajando por todo el país, llegando incluso a pasar una corta temporada en Canadá. El resultado de este viaje fue no sólo el informe encargado, Du système pénitentaire aux États-Unis et de son application en France (Del sistema penitenciario de los Estados Unidos y su aplicación en Francia), publicado en 1833 por ambos autores, sino también un extraordinario análisis sociopolítico de Estados Unidos, La Democracia en América, redactado en exclusiva por Tocqueville y que apareció en dos tomos, el primero publicado en 1835 y el segundo en 1840 (a pesar de que el propio autor afirmó en la introducción del primero que no habría segundo).
Esta obra, la más conocida de su autor, es una de esas obras que cuanto más se leen, más se aprecian. Dotado de una capacidad de observación asombrosa, los análisis de Tocqueville son tan certeros que no puede dejar de causar estupefacción la manera como llegó a vaticinar sucesos tales como la abolición de la esclavitud después de la Guerra Civil o el surgimiento de un mundo dominado por dos únicas potencias, Estados Unidos y Rusia, en permanente enfrentamiento.
En la primera parte, más “política” por así decirlo, Tocqueville trata de la manera como el sentido democrático de la sociedad estadounidense, un sentimiento inherente a ella por las condiciones tan especiales en que nació ésta, termina encarnándose, gracias a un soporte legal orientado expresamente a dar cauce a ese sentimiento, en la única forma de gobierno que podría satisfacerlo, la democrática. En la segunda parte, más “social”, su mirada se centra en cambio en la influencia que ese mismo sentido democrático de la sociedad estadounidense, ese sentimiento de nuevo, ejerce sobre la propia sociedad, moldeándola de tal manera que sus “usos y costumbres” (tal y como se diría en Derecho) acaban siendo los que son y de ninguna manera podrían ser otros.
Admirador de Estados Unidos y de su sistema político, Tocqueville es sin embargo lo bastante sensato como para comprender que no se trata de un sistema perfecto, antes al contrario, y que como todos los demás, corre el peligro de degenerar en una especie de “despotismo democrático” cuando los ciudadanos, ya sea por negligencia o simplemente por comodidad, hacen dejación de sus derechos (y deberes, añadiría yo) y los ceden al Estado para que sea él quien les proporcione el bienestar que exigen en lugar de buscarlo por sí mismos con el resultado de que, para cuando ese Estado “benefactor” ha alcanzado hasta el último rincón de la vida de sus ciudadanos, entonces de pronto algunos de ellos descubren que ya no son tales sino meros súbditos y entonces ya es demasiado tarde para hacer nada porque el Estado se ha convertido en todo.
¿Se trata acaso de un nuevo vaticinio acertado por parte de alguien que ya lleva acertados unos cuantos? Tal vez. Sin embargo, y al igual que pasó con la caja de Pandora, aún queda la esperanza. Y esa esperanza, para Tocqueville, adopta la forma de una sociedad civil fuerte y responsable, organizada no en una sino en muchas asociaciones que pongan freno a la voracidad del Estado cada una en su propio ámbito, apoyada en una prensa libre, un poder judicial independiente y la descentralización del propio Poder de tal forma que acabe controlándose a sí mismo. Todo ello junto es una receta segura para evitar un peligro que al final resulta que no fueron nuestros antepasados de hace ciento setenta y cinco años quienes tuvieron que afrontar en toda su crudeza, sino más bien nosotros, sus bisnietos, hoy en día.
Paralizados por una sensación inevitable de miedo, amenazados e incapaces de responder a esa amenaza porque ya no sabemos muy bien qué es eso que tenemos que defender, nuestra sociedad democrática, que pretendía ser la “democracia en América” de Europa, se encuentra al borde del abismo si no hacemos frente a lo que un francés del siglo XIX supo predecir con tanta exactitud, la omnipotencia del Estado, y levantamos nuestras voces, librándonos de ese ominoso poder que nos atenaza y asumimos sin dudas quiénes somos para que para que nunca más alguien pretenda arrogarse el derecho a elegir por nosotros. Porque ésa es, en esencia, la verdadera fuerza de la democracia: la de permitir a cada persona ser ella misma.
Lo malo es que Tocqueville sólo hubo uno.
Bob Moosecon (moosecon@semanarioatlantico.com) es autor del blog Conservador en Alaska
Anytime: iznagap@gmail.com
1 comentario:
Que bueno, has visto mi blog de Miami?
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