

Pedir reformas democráticas al régimen castrista es como pedir peras al olmo… o sacarle aceite a un ladrillo, como dirían en mi pueblo. El reciente viaje a La Habana del titular de Exteriores español, Miguel Angel Moratinos, tiene todas las trazas de haber sido una gestión igual de inútil, pero nadie en la Moncloa parece haberse dado cuenta. Al igual que la administración de Barack Obama se empeña desde hace meses en hacer guiños a los Castro sin obtener concesión alguna, la diplomacia española sigue embarcada en el mismo rumbo de amor no correspondido, al tender por enésima vez una rama de olivo a La Habana, esta vez nada menos que a nombre de la Unión Europea.
“He encontrado en el presidente Raúl Castro un compromiso de reforma, de avanzar en el proceso de reforma del país, de mejorar la situación económica de Cuba”, dijo Moratinos al concluir sus conversaciones en la capital cubana.
El tono triunfalista es prematuro, desde luego, pero Moratinos logró arrancar una promesa al gobernante cubano, y al parecer, se contenta con ella. La administración de Obama, en cambio, recibió un rotundo “no” por respuesta a una de sus últimas muestras de buena voluntad: autorizar el ingreso de las telecos estadounidenses al mercado de telefonía móvil de la isla.
Cuba respondió, a través de una funcionaria de escaso rango, que sólo admitiría este negocio si Estados Unidos suspende los reclamos judiciales millonarios que pesan sobre las cuentas de la telefónica gubernamental cubana y deroga la Ley Helms-Burton de 1996. Así que al guiño, una patada.
Hay que decirlo: La carantoña de Moratinos resulta más tentadora. Al régimen castrista, en verdad, le importa un bledo que sus súbditos tengan mejores conexiones telefónicas. Pero que España proponga revertir de un plumazo -como hizo Moratinos- la Posición Común de la UE, que condiciona las relaciones con la isla a cambios democráticos palpables, ha de haber sido música para los oídos de Raúl Castro. Pero, ¿se dejará acaso seducir por la melodía?
En Washington y Madrid no se han dado cuenta todavía, pero el menor y más saludable de los Castro tiene de todo, menos de pragmático y conciliador. Hace algunos años, mientras Fidel aún ocupaba el trono, advirtió a Estados Unidos en un discurso que era mejor que se las arreglara con su hermano, porque con él cualquier entendimiento sería más difícil. Pero como dicen, la esperanza es lo último que se pierde.
La gestión de Moratinos en La Habana se da, además, contra el peculiar trasfondo de una purga estalinista a todo trapo, con tres ex altos cargos cubanos acusados de espionaje y revelación de secretos de Estado en contubernio con cuatro agentes de la Central Nacional de Inteligencia española, que habrían sido expulsados del país.
Tomando en cuenta que el encargado del script judicial es nada menos que Juan Escalona Reguera -el mismo fiscal general cubano que llevó al paredón al general Arnaldo Ochoa y otros más en 1989- el pronóstico de este caso parece sombrío, y el riesgo de que sus revelaciones salpiquen al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero es alto… salvo que alguna instancia tenebrosa dicte lo contrario y el principal acusado se lleve el secreto a la tumba. Espionaje, ni más ni menos.
¿Habrá sido ésta la carta de triunfo que esgrimió Raúl Castro en sus tratos con Moratinos para obtener de él la insólita promesa de revocar la Posición Común de la UE, aun contrariando la voluntad de otros países miembros? ¿Quién sabe? Sólo el tiempo -o algún funcionario indiscreto- dirá.
Entre tanto, en honor a la verdad, Moratinos no se marchó de Cuba con las manos completamente vacías. Se llevó, sobre todo, lo que llaman en inglés pie in the sky: la promesa de reformas económicas y del pago de unos $300 millones de dólares en adeudos a empresarios españoles. Pero el único resultado tangible fue la liberación de dos presos de conciencia, así como la libertad provisional de un amigo suyo, el hombre de negocios español Pedro Hermosilla.
¿Será suficiente a cambio de la promesa mayor de revocar la Posición Común de la UE contra viento y marea? Algunos piensan que no, entre ellos un senador de la oposición que interpeló a Moratinos recientemente, asegurando que bajo el gobierno socialista España ha perdido influencia en el mundo y la democracia cubana “no ha avanzado ni un milímetro”.
Moratinos, sin embargo, se da por satisfecho, y cree que se apuntó un gran logro diplomático. De los “más de 300” presos políticos que había en Cuba cuando los socialistas tomaron las riendas en España, en la actualidad hay “206”, afirmó. “Esos son resultados y no retóricas”.
Bueno, el que no se consuela es porque no quiere, sobre todo cuando hace una obra de caridad. Pero el canciller español debe recordar que las cárceles cubanas siempre están repletas de rehenes, y que los presos –y no las reformas democráticas- son la moneda de cambio favorita de los Castro. Además, los pueden devolver a su caja de caudales cuando les dé la gana. Si Moratinos no ha aprendido esa lección a estas alturas, será mejor que no regrese a La Habana.
Manuel Ballagas (ballagas@semanarioatlantico.com) es consultor de medios para Estados Unidos e Hispanoamérica.
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