jueves, octubre 22, 2009

PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2009


La Securitate trabaja todavía (2da. versión revisada)
Gracias a Emilio Ichikawua ei en Octubre 21, 2009 – 17:20 pm
By Herta Müller (Traducción: Lester Cano)

Cada viaje a Rumanía es para mí un viaje a otro tiempo, sobre mi propia vida, no sé lo que es coincidencia o no. Por esa razón, siempre he reclamado ante la opinión pública, ver mi expediente; algo que -bajo cambiantes argumentos- se me han negado. En lugar de ello siempre he encontrado indicios de que continúo siendo observada.

A comienzos de este año fuí a Bucarest invitada por el New College (NEC). El primer día estaba sentada en el vestíbulo del hotel con una periodista y un fotógrafo, cuando un hombre musculoso de la seguridad del hotel preguntó por el permiso e intentó arrebatarle la cámara al fotógrafo. “Aquí están estrictamente prohibidas las fotos”. La segunda noche tenía una cita para ir a comer.


Como habíamos acordado, mi amigo llegó a las 18 horas a recogerme al hotel. Cuando dobló la calle se dio cuenta de que un hombre lo seguía. Al llegar a la recepción y pedir que se me llamara por teléfono, la recepcionista le dijo que tenía que rellenar un formulario de visitas. Él se asustó, porque algo así no había existido ni en la época de Ceauşescu.

Mi amigo y yo nos fuimos a un restaurante. En cada instante me pedía cambiar el lado de la calle. Yo no pensé nada en aquel momento. Al otro día le contó a Andrei Pleşu, director del NEC, lo del formulario de visitas, que había sido seguido por un hombre y que después el mismo hombre nos siguío al restaurante. Andrei Pleşu no lo podía creer y mandó a su secretaria a cancelar todas las demás reservaciones. El manager del hotel le mintió, diciendo que la recepcionista había tenido su primer día de trabajo y se había equivocado. Pero la secretaria la conocía: desde hacía años estaba en la recepción de ese hotel. A lo que el manager le contestó que “El Patrón”, el dueño del hotel, había sido de la Securitate, alguien que lamentablemente no podía cambiar. Después se rió y le dijo: “NEC puede cancelar las reservaciones aquí, pero en todos los hoteles de esta categoría ocurre lo mismo”. La diferencia estribaba en que lo sabía.

Yo me fui del hotel. De seguimientos después no me di cuenta. O la seguridad se retiró o trabajó profesionalmente; es decir, de manera invisible.
Para saber que a las 18 horas se necesitaba un vigilante, se tiene que haber “pinchado” el teléfono de mi habitación. El sistema de seguridad de Ceauşescu, La Securitate, no desapareció, sino que se cambió el nombre a SRI (Servicio Rumano de Información). Y este, según sus propios datos, acogió el 40% de los trabajadores de aquella. El verdadero porcentaje es seguramente mucho mayor, y el 60% restante son retirados (con un retiro tres veces mayor que el de la media) o son los nuevos jefes de la economía rumana. Porque, menos diplomático, un ex seguroso puede ser cualquier cosa en la Rumania de hoy. La oficina tenía que enviarle una solicitud, que era a veces escuchada pero mayormente ignorada, argumentando incluso: “El acta solicitada está siendo trabajada todavía”.

En el 2004 estuve en Bucarest para insistir, una vez más, en los expedientes solicitados. Me alarmé al entrar a la institución y ser recibida por tres mujeres jóvenes vestidas con medias largas de neón y brillantes; unas minifaldas y un escote en las blusas que parecía que entrara a un centro erótico. Para colmo, entre las jóvenes, estaba un soldado con la metralladora al hombro como si llegara a una unidad del ejército. El jefe de la institución no “estaba”, a pesar de tener una cita con él.

A principios de ese año un grupo de investigadores rumanos encontraron unos expedientes sobre el grupo de autores “Grupo de Acción Banato” (Aktionsgruppe Banat). La Securitate tenía para cada minoría una sección especializada. La minoría alemana corría bajo el nombre “Alemanes nacionalistas y facistas”; la división húngara: “Irredentos húngaros” (Ungarische Irredentisten); la minoría judía: “Judíos nacionalistas”. Solamente los escritores rumanos tenían el honor de ser chequeados por la sección “Arte y Cultura”.

De repente encontré mi expediente bajo el nombre “Cristina”. Tres tomos, 914 páginas. El 8 de marzo de 1983 debe haberse creado, pero tiene documentos de años anteriores. La razón para el inicio fue: “Tergiversar la realidad en el país, en especial la vida en el pueblo”, en el libro Tierras Bajas. Análisis de textos hechos por oficiales aseguraban esto. Además de que yo pertenecía “a un grupo de escritores de lengua alemana, conocido por su trabajo enemigo”.

El expediente es un arma de poder del SRI en nombre de la Securitate. Diez años tuvieron para “trabajarla”. No sólo la amañaron, sino que le eliminaron gran parte de su contenido.

Mis tres años de trabajo como traductora en la fábrica de tractores Tehnometal faltan. Las máquinas eran importadas de la RDA, Austria o Suiza y yo traducía las descripciones de estas. Por dos años estuve compartiendo oficina y mesa con cuatro trabajadores de la contabilidad. Ellos se dedicaban a hacer las nómimas de los trabajadores y yo miraba mis diccionarios técnicos. No entendía de palancas, rocas o cilindros hidráulicos. Cuando el diccionario me ofrecía tres, cuatro o más palabras me iba a la sala de producción y le preguntaba a los trabajadores. Ellos me podían decir siempre la palabra correcta sin haber tenido conocimientos del alemán: conocían las máquinas. Al tercer año hubo una nueva orientación y el director me pasó a una oficina con dos nuevas traductoras, una para el francés y la otra para el inglés. Una era la esposa de un profesor de la Universidad del cual se decía que trabajaba para la seguridad. La otra era la cuñada del jefe de la Securitate en la ciudad. Las llaves del armario las tenían ellas dos. Cuando llegaban expertos extranjeros yo tenía que salir de la oficina. Después de un tiempo debí resultarles creíble porque la agente Stana me intentó reclutar dos veces. Al negarme por segunda vez, su despedida fue: “Te vas a lamentar de esto. Te ahogaremos en el río”.

Una mañana al llegar a mi trabajo me encontré con mis diccionarios tirados delante de la oficina. Mi mesa era ahora la de un ingeniero y yo no podía entrar más a esa oficina. Irme a casa no podía, hubiese sido la razón para terminar expulsada. Así que ahora no tenía ni mesa ni silla de trabajo. Dos días estuve -mi jornada completa de ocho horas- intentando traducir sentada en las escaleras, entre la planta baja y el primer piso. Así nadie podía decir que yo no trabajaba. Los empleados me pasaban por el lado mudos. Mi amiga Jenny, una ingeniera, sabía hasta que punto la situación había llegado. Todos los días, camino a casa, yo le contaba lo sucedido. Ella venía en la pausa y se sentaba en la escalera conmigo. Comíamos juntas como antes habíamos hecho en mi oficina. En las bocinas del patio de la fábrica se entonaban canciones de la suerte del pueblo. Ella comía y lloraba por mí. Yo no lo hacía. Tenía que aguantar.

Al tercer día me “instalé”, bajo su concentimiento, en una esquina de la mesa de Jenny. El cuarto día también trabajé allí. Su oficina era grande. A la quinta mañana me esperaba ella en la puerta de la ocficina. “No te puedo dejar entrar más. Imagínate, mis colegas dicen que tú eres de la Securitate”, me dijo. “¿Cómo es posible?”, le contesté yo. “Tú sabes donde vivimos”, fue su respuesta. Yo recogí mis diccionarios y me fuí a la escalera nuevamente. Esta vez lloré yo también. Cuando entré en la sala de producción los trabajadores me pitaban y me gritaban: “¡Securista!” (segurosa) Era un pandemonio aquello. ¿Cúantos agentes habrían en la oficina de Jenny y en aquella fábrica? Los ataques estaban programados. Las calumnias buscaban que yo renunciara a mi puesto de trabajo. Al comienzo de este turbulento tiempo murió mi padre. Yo estaba perdida. Tenía que asegurarme mi propia existencia. Comencé a escribir mi vida hasta esa fecha, de lo cual salieron los cuentos Tierras Bajas.

Que ahora a mí me tildaran de “securista” porque había rechazado serlo, era peor que los intentos de reclutarme y la amenaza de muerte. Que ahora fuera expresamente calumniada por quienes yo misma protegí al negarme a espiarlos. Jenny y un grupo muy pequeño de colegas sabían muy bien qué juego hacían conmigo. Todos los demás, que me conocían de vista nada más, no. ¿Cómo le hubiese explicado a ellos lo ocurrido? ¿Cómo hubiese podido probar lo contrario? Era imposible y la Securitate lo sabía; por eso lo hacían. Ellos sabían también que esa perfidia me afectaba más que sus extorsiones. Hasta a las amenazas de muerte se acostumbra uno. Pertenecen a esta vida; a la que uno tiene. Uno desafía el miedo hasta bien profundo en el alma. Pero a través de las calumnias se le roba el alma a uno. Estamos rodeados de monstruos, nada más.

Cuánto tiempo duró este período no lo sé ya. Sé que me parecía interminable. Quizás fueron solamente semanas. Al final fui despedida.
Sobre todo eso hay en mi expediente apenas dos palabras, escritas a mano, como nota al margen de un protocolo de escucha: Yo cuento en casa sobre los intentos de reclutarme. Al margen anota el oficial Padurariu: “Es cierto.”

Ahora llegaban los interrogatorios. Las recriminaciones: que yo no trabajaba, que yo vivía de la prostitución y del mercado negro, que yo soy un elemento parásito de la sociedad. Me mencionaban nombres que en mi vida nunca había oido. Que yo espiaba para el servicio de inteligencia alemán (BND) porque era amiga de la bibliotecaria del Instituto Goethe y amiga de una traductora de la embajada alemana.

Horas enteras llenas de reproches. Pero no sólo esto. No se necesitaba citación policial, me “pescaban” en la calle simplemente. Un día iba camino de la peluquería cuando un policía me metió, por una puerta de metal, en el sótano de una beca de estudiantes. Tres oficiales de civil estaban sentados en una mesa. Uno huesudo era el jefe. Me pidió el carnet de indentidad y dijo: “Qué, puta, nos vemos de nuevo.” Yo nunca lo había visto. Me acusó de haber tenido sexo con ocho estudiantes árabes y haberme dejado pagar con medias y artículos de cosmética. No conocía, ni tan siquiera, un estudiante árabe. Pero el interrogador, al yo decir esto, dijo: “Si nosotros queremos encontramos veinte testigos. Sería un juicio ejemplar.” Constantemente arrojaba mi carnet al suelo y yo me tenía que agachar a recogerlo. 30 ó 40 veces. Cuando no lo hacía rápido, me golpeaba en la columna. Detrás de la puerta se oía gritar la voz de una mujer.


Tortura o violación sexual y ojalá sea una grabación nada más, pensé yo. Después tuve que comer 8 huevos hervidos con cebolla y sal. Me tragué aquello sin masticarlo casi. Al terminar el huesudo abrió la puerta de metal, tiró mi carnet de indentidad hacia afuera y me pateó en las nalgas. Caí con la cara en el césped. Vomité sin levantar la cabeza. Sin apurarme recogí mi carnet y me fui a casa. El que te pescaran en la calle, sin previo aviso, daba más miedo a que lo hicieran con una citación. Nadie sabía donde estabas. Te hubiesen desaparecido, te hubiesen ahogado, como me amenazaron en aquella ocasión, y como cadáver te hubiesen sacado del río. Después hubiesen dicho que fue suicidio.

Ningún interrogatorio está en las actas, ninguna citación y ningún “pescarte” en la calle.
Lo que sí figura en el expediente, con fecha del 30 de noviembre de 1986 es: “Cada viaje que Cristina haga a Bucarest o cualquier parte del país, tiene que ser informado a la directora de I/A (Sección del Ministerio del Interior para posición del ciudadano) y a III/A (Sección de espionaje) con anterioridad para que el control sobre ella sea permanente.” Es decir, no podía moverme por el país sin ser espiada “para tomar las medidas pertinentes en relación con sus amistades, con diplomáticos y ciudadanos extranjeros.”

El seguimiento era, en dependencia de lo que se quería lograr, siempre diferenciado. A veces no se notaban, otras sí, se volvían rabiosos y degeneraban en agresiones. Cuando Tierras Bajas debía ser publicado en la Editorial Rotbuch de Berlin occidental, la lectora y yo, para no ser detectadas, nos citamos en Poiana Braşov, en los Cárpatos. Viajábamos por separado como si fuéramos a hacer vacaciones de skí. Mi esposo, Richard Wagner, había salido a Buscarest con el manuscrito. Yo debía llegar al día siguiente, con el tren nocturno, sin manuscrito. Al llegar a la estación de Temeswar se me acercaron dos hombres y me querían llevar. Yo les dije: “Sin orden de detención no me voy a ninguna parte.” Me confiscaron mi carnet de identidad y mi pasaje de tren y aclararon, antes de desaparecer, que no me podía mover del lugar hasta que no regresaran. Pero el tren llegó y ellos no aparecieron. Yo me fui hacia el andén. Corrían los tiempos del ahorro energético y el vagón de dormir estaba oscuro y al final. Subirse al tren, podía uno solamente poco antes de la salida de este; las puertas estaban cerradas todavía. Los dos hombres aparecieron y caminaban de un lado a otro. Me agarraron y me tiraron tres veces al suelo. Sucia y completamente fuera de mí me paré como si no hubiese pasado nada. Los que esperaban el tren observaron todo, como si no pasara nada. Al abrirse las puertas del coche cama, me metí en medio de la cola. Los dos hombres también subieron al tren. Yo fuí a mi compartimento, me cambié las medias y me puse el piyama para que se notara en caso de que me sacaran a la fuerza. Cuando salió el tren fuí al baño y escondí una carta para Amnistía Internacional detrás del lavamanos. Los dos hombres estaban en el pasillo y hablaban con el inspector del tren. Yo tenía la cama más baja del cubículo. Quizás porque era más fácil de cogerme, pensé yo. Cuando el inspector del tren apareció en el compartimento me dió mi carnet y mi boleto de tren. Cómo llegaron a sus manos y qué querían los dos hombres, le pregunté. “¿Qué hombres?”, dijo, “hay aquí unas docenas.”

No cerré un ojo en toda la noche. Ha sido una idiotez haberme subido al tren, pensé. Estos me pueden tirar del tren, en la noche, en cualquier campo solitario y cubierto de nieve. Cuando comenzó a amanecer, empezó a disminuir mi miedo. Para un “suicidio” preparado por ellos la oscuridad les hubiese servido de aliada, pensé. Antes que los primeros pasajeros comenzaran a despertarse fui hasta el baño y saqué la carta que había escondido. Me cambié de ropa, regresé y me senté en la cama hasta que el tren llegó a Bucarest. Me bajé del tren como si nada. Tampoco de ese día hay algo en mis expedientes.

El seguimiento tenía consecuencias para otros también. Un amigo le llamó la atención, por primera vez, al servicio secreto en una lectura de mi libro Tierras Bajas en el Instituto Goethe de Bucarest. Después le tomaron sus datos, hicieron un expediente de él y fue descaradamente espiado. Eso se puede leer en su expediente, en el mío no hay nada al respecto.
La Securitate entraba y salía, como quería, cuando no nos encontrábamos en casa. Muchas veces dejaban dibujos; colillas de cigarros; cuadros, que descolgaban de la pared y ponían sobre la cama; sillas que eran cambiadas de lugar. Todo lo hacían para que nos diéramos cuenta de su prescencia. Pero lo más siniestro pasó en unas semanas. De la piel de un zorro que yacía en el suelo, picaron primero los pies, después la cola y por último la cabeza para –por último- meterlo todo en su vientre. No se veían los cortes. Una vez, cuando limpiaba, me dí cuenta que le faltaba la cola. Primero pensé en una coincidencia. Cuando, semanas después, le cortaron un pie comencé a temblar. Hasta que terminaron de cortarle la cabeza, lo primero que hacía cuando llegaba a casa era controlar el zorro. Todo podía ocurrir, la casa había perdido la privacidad. Cuando comíamos, pensábamos que la comida podía estar envenenada. De esta guerra de terror no dicen ni una palabra mis expedientes.

En el verano de 1986 nos visitó la escritora Anna Jonas en Timisoara. Ella y otros escritores habían enviado una carta protesta el 4.11.1985 a la Asociación de Escritores de Rumanía – que se puede leer en mi expediente – por la negativa de viaje a la Feria del Libro, al Encuentro Evangelista y a visitar mi editorial. Esta visita de ella está detalladamente documentada en mi expediente y hay un telex del 18 de agosto de 1986 a la sección que atiende la frontera, donde se exige revisar hasta el mínimo detalle el equipaje de Anna Jonas y mandar respuesta del resultado.Por el contrario la visita del periodista Rolf Michaelis del semanario DIE ZEIT no está documentada. Él quería, después de haber sido publicado mi libro Tierras Bajas, hacerme una entrevista. Su llegada me la hacía saber a través de un telegrama, que fue interceptado por la Securitate. Él estaba seguro de encontrarme en casa. Richard Wagner y yo nos habíamos ido a casa de sus padres por unos días. Dos días estuvo Michaelis esperándonos en la puerta de la casa. El segundo día fue esperado por tres hombres, al lado del hueco de la basura, y golpeado brutalmente. Le partieron dedos de los dos pies. Nosotros vivíamos en el quinto piso y el ascensor no funcionaba porque no había electricidad. Michaelis tuvo que bajar gateando las escaleras oscuras. El telegrama de Michaelis falta en el expediente, a pesar de que en él hay una gran cantidad de cartas del extranjero. Según mi expediente esta visita nunca se realizó. También este hueco muestra como el Servicio Secreto ha mutilado los expedientes para que su personal no sea llevado a los tribunales. Así se ha logrado que la Securitate, después de Ceauşescu, se haya convertido en un monstruo sin autores.

Rolf Michaelis nos quería proteger y no escribió hasta nuestra salida definitiva de este suceso. De los expedientes saco la conclusión de que fue un error. No era el silencio, sino la opinión pública en el extranjero lo que nos protegía. De los expedientes también se puede ver como estaban preparando un juicio surreal contra mí por “espionaje para el Servicio de Intelegincia alemán”. A la resonancia de mis libros y los premios otorgados en el extranjero les debo que el plan nunca se llegara a realizar. Nunca fuí detenida gracias a ello.

Rolf Michaelis no nos podía llamar por teléfono, antes de su visita, porque nosotros no teníamos teléfono. En Rumanía había que esperar años por el otorgamiento de un teléfono. A nosotros nos fue ofrecido uno, sin haberlo pedido. Lo rechazamos porque sabíamos que este teléfono sería la estación de escucha en nuestro pequeño apartamento. Cuando visitábamos amigos, que tenían teléfonos, lo metíamos en el refrigerador y poníamos un disco de música. El rechazo del teléfono no nos ayudó mucho; ya que la mitad de los documentos que me dieron son transcripciones de nuestras conversaciones en casa.

En el expediente de Richard Wagner se encuentra una “nota de analiza” del 20 de febrero de 1985, en la cual detalla cuando nuestra casa está vacía. Además: “ha sido instalado un objeto especial del cual nosotros extraemos datos de interés operativo.” También el plan de la instalación de los micrófonos espías está en su expediente. En el apartamento de la planta baja y en el nuestro hicieron perforaciones. Los micrófonos espías fueron instalados en los dos dormitorios, debajo de los armarios.

Las transcripciones de la escucha en nuestra casa están llenas de apóstrofos porque los discos de música que poníamos estorbaban la escucha de nuestras coversaciones. Poníamos la música porque pensábamos que la Securitate utilizaba micrófonos a distancia. Que lo hacían tanto por el día como por la noche, sin cesar, nunca lo pensamos. En estas escuchas los que lo hacían estaban confrontados con cosas que ellos mismo no podían saber. Debido a la pobreza y atraso de Rumanía pensábamos que el estado no podía adquirir técnica moderna en escucha. Pensábamos también que éramos para ellos enemigos del estado, pero nunca que nos prestaban tanta importancia. En todo ese miedo fuimos muy ingenuos y sobre todo, dado el grado de seguimiento nos equivocamos totalmente.

La Securitate averiguó la ocupación, el puesto de trabajo y la orientación política de los habitantes de nuestro edificio. Y les hizo rellenar formularios, quizás para poder reclutar a futuros espías. Quien hasta ese momento no había estado en la mira de ellos, recibía el cuño de »NECUNOSCUT« (desconocido).

Estas transcripciones de escuha son informes del día. Las conversaciones son resumidas y las partes “de contenido contrarrevolucionario” son citadas textualmente. Cuando éramos vistados por personas desconocidas por ellos, están al lado de sus nombres signos de interrogación y la orden de investigar quienes son. También estos documentos de escucha están incompletos.
Uno de nuestros amigos más cercanos era Rolad Kirsh. Él vivía al doblar la esquina y nos visitaba casi diariamente. Era ingeniero y trabajaba en un matadero, fotografiaba la tristeza de nuestro diario y escribía cuentos cortos. En 1996 se publicó en Alemania el libro Der Traum der Mondkatze (El sueño del gato lunar), póstumamente porque en mayo de 1989 él había aparecido ahorcado en su apartamento. Los vecinos dicen, ahora, que en la noche de su muerte se oyeron gritar a varias personas en su partamento. Yo tampoco creo en la teoría del suicidio. En Rumanía, los trámites de un sepelio duraban varios días. En caso de suicidio, se le tenía que hacer una autopsia. En el caso de Rolad Kirsh se le entregaron a sus padres los documentos de su muerte en solamente un día. Fue enterrado muy rápidamente sin autopsia alguna. Y no existe en mi expediente ni tan siquiera una mención a las visitas de Roland Kirsh. El nombre fue eliminado.

Un pregunta muy fuerte me ha respondido mi expediente. Un año después de mi salida definitiva vino Jenny a visitarme a Berlín. Desde las penurias que pasé en la fábrica se hizo mi más íntima amiga. Después de haber sido despedida de la fábrica, nos veíamos casi diariamente. En la cocina de mi apartamento en Berlín descubro su pasaporte con visa, además de la alemana, para Grecia y Francia, y le dije: “Un pasaporte así no es gratis. ¿Qué has hecho para que te lo dieran?” Su respuesta: “La Securitate me ha mandado y yo quería verte al menos una vez más”. Ella tenía cáncer terminal, murió hace tiempo ya. Nos contó que tenía la orden de observar nuestro apartamento, nuestras costumbres diarias. Cuando nos levantábamos, cuando nos acostábamos, dónde y qué cosas comprábamos. Ella prometió a su regreso solamente escribir lo que nosotros acordamos antes. Ella quería quedarse por un mes con nosotros. Con cada día que pasaba crecía mi desconfianza. Solamente después de estar unos días en nuestro apartamento me encontré un número de teléfono del consulado rumano y una copia de la llave del apartamento. Desde ese momento vivo con la duda de que ella estaba desde el comienzo espiándome. Fue la amistad como misión. El plan de nuestro apartamento y todas nuestras costumbres las contó detalladamente, como puedo ver en su expediente como “SURSA” (fuente).

En un documento del 21 de diciembre de 1984 está como noticia al margen el nombre de Jenny: “Tenemos que identificar a Jenny, al parecer hay una gran confianza entre ellas.” Esa amistad, que significaba tanto para mí, se rompió con la visita de ella a Berlín. Seduciendo a traición a una enferma terminal de cáncer, después de una quimioterapia. Al encontrar la copia de mis llaves en su maleta, estaba claro para mí, que Jenny cumpliría su misión detrás de mis espaldas. Tuve que expulsar a mi más íntima amiga para protegerme a mí y a Richard. Ese ovillo de amor y traición no era desentrañable para mí. Mil veces después tuve su visita en mi cabeza dándome vueltas, estuve afligida por la amistad desaparecida; tuve que asumir, increíblemente sorprendida, que después de esa visita estuvo con un oficial de la Securitate. Hoy estoy feliz porque los expedientes corroboran, que la cercanía nuestra había crecido y que ella solamente después de visitarme en Berlín fue que me espió. A uno lo recortan y uno busca en lo contaminado una parte limpia, aunque sea muy pequeña. Que estos documentos demuestren nuestros verdaderos sentimientos me hace ahora casi feliz.

Después de la publicación en Alemania de Tierras Bajas y llegar las primeras invitaciones para viajar, no me lo permitieron. Cuando llegaron las invitaciones a la recogida de premios literarios que me habían sido otorgados, cambió la estrategia de la Securitate.

Hasta la fecha era desempleada, recibí inesperadamente a finales del verano de 1984 un puesto como maestra y al primer día de clases la recomendación del director de la escuela para el viaje a Alemania. En octubre de 1984 se me permitió viajar. Pero la razón verdadera del viaje era, como puedo desprender hoy de los expedientes, traicionera: Yo no debía ser más vista como disidente por los colegas de la escuela, sino como aprovechadora del régimen y en el extranjero ser vista como agente. En las dos vías, pero sobre todo en la de “agente” trabajó la Securitate masivamente. Los agentes fueron mandados a Alemania con campañas difamatorias sobre mí. Como consecuencia, fechado el 1. de julio de 1985, está constatado en mi expediente: “Después de varios viajes al extranjero muchos actores del teatro alemán de Timisoara corren el comentario de que ´Cristina´ es agente de la Securitate. El director alemán Alexander Montleart, a veces en el teatro de Timisoara, ha declarado a Martina Olczyk del Instituto Goethe y diplomáticos de la embajada alemana, que tiene sus dudas con respecto a ella.”
Después de mi salida definitiva en 1987 se incrementaron las actividades hacia “Comprometimiento y Aislamiento”. En una nota de analiza de marzo de 1989 está plasmado: “En las acciones comprometedoras trabajaremos con los servicios D (desinformativos) para que se crea que algunos artículos o memorias hayan salido del grupo de la comunidad alemana y serán enviados a círculos intelectuales de influencia en Alemania.” Uno de estos agentes era “Sorin”, “por tener intereses periodísticos y literarios, que son impresindibles para estas actividades.”

El 3 de julio de 1989 la sección I/A manda un reporte a la central de la Securitate en Bucarest. El escritor rumano Damian Ureche ha hecho una carta, bajo su orden, en la que nos acusa a Richard Wagner y a mí de ser agentes. Se le pide al órgano central autorizar la carta. La carta debía ser entregada a un grupo de bailes folklóricos, que visitaría Alemania.

Como principial aliado, en Alemania, para realizar esta campaña difamatoria veían al grupo “Landsmannschaft der Banater Schwaben”. De estos, desde 1985, asegura la Securitate: “La dirección de este grupo en Alemania desde la salida de Tierras Bajas ha realizado muchos comentarios negativos sobre el libro”. Sin lugar a dudas, un punto neurálgico. Desde la aparición del libro esta asociación en su periódico Banater Post, había dirigido una campaña para asesinarme moralmente. “Lengua fecal, prosa de orina, ensuciadora de su propio nido, puta de partido”, eran los “criterios literarios” en su periódico sobre mi libro. Que yo era una agente y que había escrito el libro en nombre de la Securitate, se afirmaba. Mientras yo me sentaba en la escalera de la fábrica, estaba esta asociación “juntadita” con el personal diplomático de la dictadura de Ceauşescu en Alemania. Sin embargo yo no me atrevería a poner un pie en esa embajada porque no sabía si hubiese salido de ella. Teniendo en cuenta estos argumentos y estas relaciones, no me resulta extraño que esta asociación no haya soltado nunca una palabra sobre la dictadura de Ceauşescu. En complot con el régimen organizó la compra de alemanes-rumanos, por los cuales se pagaron hasta 1200 marcos alemanes y esto nunca les molestó. Mucho menos que este tráfico humano fuera una forma de llegar a divisas por parte del régimen dictatorial. Compartían el mismo odio hacía mí y eran partícipes del trabajo difamatorio del régimen. Me hicieron su enemigo número uno y las campañas contra mí eran parte de la identidad de la asociación. Quien me denigrara, demostraba su amor hacia la patria. La asociación demostraba así el cuidado de sus costumbres a través de la difamación de mi persona. El término de “agente” se le ocurría solamente cuando se trataba de desacreditarme. En mi expediente consta: “Sus escritos, en los cuales critica a los los Banater Schwaben la han ´alejado´ del círculo cercano a esta organización y la han ´avergonzado´”. Además: “En estas acciones han participado también nuestros órganos con las posibilidades que tenemos en el extranjero.” Más adelante se lee: “Material comprometedor debe ser mandado a Horst Fassel y su instituto con la petición de divulgarlo.” El instituto es el Donauschwäbische en Tübingen, del cual Fessel era el director. Antes, en los años ochenta, había sido el jefe de redacción del periódico Banater Post.

En los reportes de los agentes del servivio secreto se le hace creer a esta asociación en Alemania un significado que antes no tenía. A pesar de la distacia rumana existía la misma dependencia que se conoce de un agente de la Stasi a su primer oficial. Obedecer a la misma presión, tener el mismo miedo de caer o dejar ser caído y después en el extranjero ser descubierto.
Uno de los trabajadores ejemplares dentro de ellos era “Sorin”, quien en 1983 ya operaba en el grupo de autores de Timisoara. Un amigo, que miró el expediente de su padre después de fallecido, descubrió que bajo este nombre hay 38 reportes en 1982. También en la mía es “Sorín” uno de los agentes que más reporta. En el plan de acitividades con fecha 30 de noviembre de 1986, está explicítamente que el agente “Sorin” debe encontrar información sobre lo que yo preparo, qué relaciones tengo con el extranjero y en Rumanía. Una vez nos visitó en Timisoara el director de la página cultural del periódico Neuer Weg de Bucarest. Lo acompañaba Walther Konschitzky. En el reporte de ese día, apunta el oficial Padurariu, que siempre me interrogó, como identificación de la visita “Sorin”.

Este “Sorin” viajó con regularidad a Alemania y antes de la caída de Ceauşescu se fue de Rumanía como muchos otros agentes. Después fue el referente cultural de la Asociación Banater Landsmannschaft del 1992 hasta 1998. Como este puesto fue absorvido por la central en Munich, desde esa fecha realiza él su trabajo de forma voluntaria.
Ocuparse de los agentes dentro de la misma organización, no le ha interesado nunca a ellos. Desde su fundación en 1950 ha logrado una “patria” a base de música folklorista, con fiestas, y casas adornadas y puertas hechas a base de madera cortada ignorando siempre las dictaduras, tanto la de Hitler como la de Ceauşescu. Personas muy importantes en el nacionalsosialismo hitleriano de este grupo en Banat fueron después fundadores de la asociación.

Hoy en día la Asociación Landsmannschaft rechaza la investigación sobre la influencia de la Securitate en sus filas, con el argumento de que esto pertenece al pasado. Algo nada aceptable, sabiendo el peso político de ellos en Alemania. A pesar de que menos del 10% de los emigrados del grupo están en sus filas, tienen representantes en gremios culturales y estaciones públicas de la televisión y radio. Después de mi llegada a Alemania, por ejemplo, me contaron algunos periodistas que los programas realizados en conjunto, tuvieron problemas por la intervención de dicha organización. Además fue por muchos años un punto de vital importancia en el desarrollo de las salidas definitivas de Rumania, tratando de sabotear algunas. El permiso de salida definitivo del crítico literario Emmerich Reichrath, lo trataron de evitar. Yo también recibí una carta de la asociación desde Alemania, en la cual decían: “Usted no es bienvenida en Alemania”. En Nürenberg se encontraba la oficina de ellos pegada a la del servicio secreto, BND. Un cuño de ellos era necesario para poder acceder a la visa. A mí me ponían en la carta: “El aire de Alemania no le hará bien a su persona.” Yo estaba acatarrada por el viaje en la carreta de un tractor hacia la frontera. Era febrero. Después de la entrada estaba la oficina del BND; el recibimiento fue atroz. Hoy sé porqué. El plan difamatorio de la Securitate salió perfectamente: “¿Tuvo usted algo que ver con la policía secreta rumana?”. Mi respuesta: “Ellos conmigo sí, es una diferencia.” No impresionó al oficial. “Deje eso, las difrencias las marco yo, que para eso me pagan”, respondió él. Después me dijo: “Si Usted tiene una misión de ellos, este es el momento de decirlo.” Mientras que la mayoría salía de esa oficina después de unas simples preguntas, Richard Wagner y yo estuvimos detenidos por varios días y fuimos interrogados por separado. Mientras mi mamá recibía los documentos que la acreditaban como ciudadana alemana en unos días, me decían a mí: “Se hace necesario una investigación.” La situación era grotesca. Por una parte me alarmaban del peligro de la Securitate: no vivir en planta baja, no recibir regalos en los viajes, no dejar cajetillas de cigarros en las mesas, no irme con desconocidos sola, comprarme una pistola de juguete para asustar y muchas cosas más. Por la otra bloqueaban la entrega de la ciudadanía por estar en duda haber sido agente.

Me pregunto porqué el BND dudaba de mí, y no lo ha hecho de los tantos agentes de esta asociación. Quizás sea porque el BND ha confiado en la información de ellos. Es por eso que hoy Alemania es un oasis para tantos agentes de la antigua Securitate. Cuando uno mira el expediente del Grupo de Autores de Banat, se puede indentificar a muchos de estos agentes como “Sorin”, »Voicu«, »Gruia«, »Marin«, »Walter«, »Matei« y otros. Estos son hoy profesores, actores, periodistas o funcionarios del estado. Nunca alguien los ha molestado. Desde la caída del Muro de Berlín el contínuo debate sobre su papel dentro de la dictadura no los ha tocado nunca.


Todos ellos son ciudadanos alemanes, y para las instituciones alemanas son invisibles. Sus actividades como agentes es aquí extraterritorial. Con respecto a los agentes de la Stasi después de la reunificación, los primeros oficiales de estos no se han perdido. Están hoy en las filas de la nueva policía secreta de Rumanía.

El Parlamento alemán financió el trabajo de la asociación Landsmannschaft durante y después de la dictadura. ¿Se ha fomentado alguna vez una investigación sobre la relación de sus miembros con la dictadura rumana?.

En 1989, después de la caída de Ceauşescu, pensé que la campaña difamatoria contra mí se haría inútil. Pero esta siguió. En 1991 recibí, por ejemplo, en Roma cuando residía en el estipendio Villa Massimo, llamadas anónimas de amenaza. Y la campaña de cartas de la Securitate ha desarrollado hoy su propia vida. Cuando en 2004 se me otorgó el Premio Literario de la Fundación Konrad Adenauer, la fundación recibió un sinnúmero de cartas con las típicas ofensas. Esta vez la acción no tuvo precedentes; ya que los miembros del jurado, el antiguo presidente del Parlamento Erwin Teufel, la presindenta del jurado Birgit Lermen y Joachim Gauck recibieron cartas donde se me acusaba de agente, haber sido miembro del partido comunista rumano y calumniaba de haber ensuciado mi propio nido. Una noche, a las doce menos cuarto sonó el teléfono en casa de Birgit Lermen, a las doce en punto en casa de Berhard Vogel, presidente de la Fundación y a las doce y cuarto en casa de Joachim Gauck. Insultos y amenazas, de fondo la canción de Horst-Wessel-Lied**. Estas llamadas las hicieron noches seguidas hasta la intervención de la policía.

En mi expediente soy dos personas distintas. Una se llama Cristina, es enemiga del estado y se lucha contra ella. Para comprometer a esa “Cristina”, se fabricó en el taller de falsedades del departamento D (Desinformación) una trampa con todos los ingredientes que más daño me hacen: inescrupulosa agente y comunista apegada al sistema. Donde quiera que he ido, he tenido que convivir con esa trampa. No solamente la mandaron detrás de mí, sino que a veces se me ha adelantado. A pesar de que desde el comienzo y siempre he escrito en contra de la dictadura la trampa sigue hasta hoy su camino. Esta se ha emancipado. A pesar de que la dictadura desapareció desde hace veinte años esta trampa alumbra por todas partes. ¿Hasta cúando?
Traducción Lester Cano Alvarez, Colonia, Alemania.



*Este artículo fue publicado en el semanario DIE ZEIT en Julio de 2009.
**Canción que se conoce así por el autor de esta, Horst Wessel. Conocida también como el segundo himno nacional alemán bajo la dictaduta de Hitler. La canción está prohibida en Alemania desde el 1945.
-FOTO: HM: Sophie Bassouls/Sygma/Corbis

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